27 Oct
27Oct

La discusión en la innovación educativa ha caído en un ciclo agotador: cada cierto tiempo, los mismos principios transformadores, como la autonomía o el trabajo por proyectos, resurgen como si fueran inventos de última hora.

La verdad, incómoda pero fundamental, es que en educación queda poco o nada esencial por inventar.

Los principios pedagógicos que hoy sustentan el Modelo de Cambio Profundo (MCP) y otras transformaciones de vanguardia han sido validados por décadas de investigación y práctica.

El verdadero problema ya no es la falta de conocimiento o de marcos teóricos. El obstáculo es la falta de acción y la incapacidad de la estructura escolar para ejecutar aquello que ya sabemos que funciona.

Si la comunidad educativa no pasa urgentemente de la teoría a la aplicación, estaremos condenados a repetir los mismos discursos estériles año tras año, mientras la escuela se vuelve cada vez más irrelevante.

El Diagnóstico de la Obsolescencia

Hace mucho que el debate sobre el qué debemos enseñar quedó resuelto. El foco debe estar en el Propósito y la Maestría, no en el contenido.

Sabemos, sin lugar a dudas, que el Aprendizaje Basado en Logros (ABL) es superior a la promoción por edad. El ser humano aprende por dominio, no por tiempo de permanencia en un curso.

Conocemos la fuerza de conectar el aprendizaje con el proyecto de vida del estudiante, haciendo que el conocimiento sea relevante.

Y entendemos que la autonomía del estudiante es la habilidad más crítica para el futuro, y que solo florece si hay autonomía "hacia arriba" en el docente y la escuela.

Estos principios no necesitan ser reinventados; necesitan ser el protocolo operativo del día a día.

La Paradoja de la Inacción

Cada año que pasa sin una implementación decidida del Cambio Profundo, se refuerza la arquitectura rígida que asfixia el talento. La inacción tiene costos muy específicos:

El sistema continúa penalizando el error, negando a los estudiantes la libertad de experimentar y arriesgarse, lo cual atrofia su capacidad de innovación y pensamiento crítico.

Se mantiene la fragmentación de los tiempos con el horario de timbre, impidiendo la inmersión profunda que requiere la resolución de problemas complejos.

El resultado es un déficit de habilidades: los estudiantes egresan sabiendo memorizar, pero sin saber gestionar su tiempo o trabajar en un equipo que dependa de su responsabilidad individual.

El Costo de la Irrelevancia Estructural

La inacción genera un desgaste presupuestario y humano inaceptable.

Los recursos se siguen invirtiendo en prácticas obsoletas y en la burocracia del control, como el pago de reemplazos por ausencias cortas, en lugar de reconocer la autonomía estudiantil como un mecanismo de contención que libera fondos.

Esta falta de acción impide que el dinero ahorrado se destine a la inversión estratégica en tecnología o a la mejora de los salarios docentes, negando el reconocimiento que merece el profesional que debe diseñar las nuevas experiencias de aprendizaje.

Además, se produce una fuga de talento docente. Los profesionales más innovadores se frustran al ser tratados como meros ejecutores de currículo y no como diseñadores, perpetuando el ciclo de la obediencia.

La hora de debatir si la educación debe cambiar ha terminado. Ahora es el momento de aplicar con una voluntad inquebrantable los principios de la Maestría, el Propósito y la Autonomía que ya conocemos.

Solo con la acción decidida y la desarticulación de las estructuras rígidas podremos dejar de reciclar discursos y, finalmente, hacer la historia del futuro en el aula.

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